La pandilla más grande
La pandilla de los policías no puede con ellos, ni les temen ni los escuchan ¿Existe alguna aun más grande y poderosa? Claro que si, solo que necesitan que los unan y que los guíen.
Esta pandilla, la más grande, es la de los padres.
En mi mente veo un grupo de jóvenes inmenso y descontrolado que se lanza a las calles, con palos y piedras; sienten que no hay fuerza que los detenga y que son ley en tierra de nadie. Pero ante ellos aparece un ejército sin palos, sin piedras, sin arengas ni insultos; no visten sus ropas de guerra, sino trajes simples; no son tan jóvenes como ellos, pero están dispuestos a todo por enfrentarlos; son sus propios padres, que han venido a rescatarlos.
Los vienen a rescatar, con amor, con una voz de aliento, con razón y comprensión.
Uno de ellos coge un megáfono y se dirige a los pandilleros:
“Hijo perdóname, porque tus errores como hijo, son mis errores como padre”
Los padres a medida que se van acercando a enfrentarse cuerpo a cuerpo con los pandilleros, se van pasando el megáfono y van pronunciándose uno a uno hacia sus hijos:
“No vengo a reprocharte nada, no vengo castigarte, ni exigirte nada, solo vengo a decirte que te quiero, que te espero”
“Quiero que me des otra oportunidad, y que te la des tú también”
Al estar cerca los abrazan, para que con su cariño contengan esa fuerza desmedida que todos vemos reflejada en violentos, pero que oculta un grito de ayuda y desesperación.
¿Que delincuente podrá dispararle a su madre arrepentida? Ninguno, ni el más despiadado. Todo lo contrario, se sentirá culpable hasta el infinito.
Si un grupo de niños inquietos puede organizarse para lastimar; entonces, un grupo de adultos puede organizarse para curar.